Mi Alter ego y Yo somos 3

A duras penas, me desperté. Eché un ojo avizor a volar y me topé de bruces con el cuadro, un autorretrato mustio que había plantado en la pared de enfrente la noche anterior. Por hábito, animé al pie derecho a echarse a tierra y tomar contacto con el mundo por sí solo, por su lado. La voz sometida que dormita en mi interior, la del alter ego, ordenó descaradamente lo contrario. Lo suyo era convencer al izquierdo para que se activara y atacase por el otro lado. Por el suyo.

Como ya en mí ­—en nosotros tres— resultaba normal, se alzó brava la tercera fuerza —esa resultante que a golpes de mar pretende siempre mandar en la marea y en el desembarco. Atolondrado, acabé saliendo del lecho por abajo, por los pies; para evitar que nada ni nadie se sintiese ofendido y comenzase el día a base de balas mortales en la sien.

3: —Vamos, de frente.

Mi alter ego puede decir lo que quiera, yo haré lo que pueda, pero lo mismo la 3 toma la voz cantante, corta por lo sano y nos deja a los dos colgados como los violinistas de Chagall en el tejado.

3: —Vamos, chicos, de frente… que al fin y al cabo aquí no se trata de librar una batalla absurda entre las derechas recalcitrantes y las izquierdas decimonónicas.

A: —Ya rebuznó la 3 adueñándose del “centro” de Alianza Popular con sus Hazañas bélicas.

Abrir la ventana y tapar así por encima las arrugas del desierto nevado de la sábana, resultó tarea relativamente fácil. Un par de escarceos apuntaron peligro. A Alter y a mí nos resultaba morosa y santurrona la voz de mando con la que trataba de alzarse al poder la ambivalencia neutral, la del centro insípido puesta por bandera.

Bajar a desayunar o meterse directamente en la ducha. Proponer lavarse sólo cara y dientes era la alternativa que pretendía implantar “democráticamente” la 3.

Alter argumentaba que tenía un hambre feroz. Yo insinuaba que mejor sería despejarse con la ducha y quitarse de encima la catacumba de la noche anterior. Al suprimir el sudor pegajoso, las carnes y las mentes despejadas operarían su milagro a coro. Francamente, no porque sea yo y provenga de mí, pero mi propuesta sonaba como la más adecuada. El hambre de Alterio podía esperar y los mofletes y los dientes de la 3 se podrían apañar en un 2×3.

Se armó la de San Quintín. Sentado inerme en la taza del W.C., una parálisis oxidada e ingrata se apoderó de mí y subrepticiamente se hizo con el poder. Cerebro y extremidades se negaban el rito, la palabra, la inercia.

Para mí —sin que me escuchen los otros dos— sería patético pasarse el día entero, y por ende el resto de la vida, sin moverse de la taza del wáter… ¿Estáis conmigo en eso, no?

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