Mi Alter ego y Yo somos 3 – Toma 12

La luna de miel con una mujer de carne y hueso, sólida, bien formada y unidimensional, prometía.

Enigmática, magnética, fantástica, me fue impregnando de su esencia a lo largo y ancho de los años de nuestro “noviazgo postmoderno”. Me encantó el detallazo –honra a su madre– que llevase por bandera y con orgullo los nombres de sus dos abuelas. Ana y Leah. Nacida en Buenos Aires, emigrada en New Jersey y convertida en psiquiatra en Nueva York, dejó tras de sí el peronismo agudo de sus padres y se integró con ganas en el rock’n’roll que a 45 r.p.m. dejó de ser el blues sureño para convertirse en la banda sonora que meneó la bañera de plástico de aquellos años remotos en los que yanquilandia movía la ola y meneaba el desenfrenado bote… ese que nos ha traído hasta nuestros titánicos días.

Analía Krasser, folklórica en su condición freudiana de consulta concurrida, las primeras veces que hablamos, me deleitó con discos poliédricos de Soledad Bravo, Jorge Cazrune, Mercedes Sosa, José Larralde y, para rematar la tarta con nata caramelizada, la discografía completa de Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock. L’chaim haverim. ¡Qué vivan Les Luthiers!

Por aquel entonces, yo trataba de ocultar y negarle el pan tanto a Alter como a la 3. Analía, quitándole hierro al tema, me vino a convencer de algo clave: Yo debía reconocerlos, darles su sitio, quererlos, respetarlos, pero tratar de mantenerlos bajo control en todo momento. Gracias, mamá. Pero para conseguir eso, yo no podría ni dormir. Y sin dormir, como bien saben ustedes, esto no es vida.

Volando hasta Atenas, decidimos alcanzar Santorini por barco y gozar de tantas islas como el Egeo nos pudiese en un agosto suntuoso brindar. Ahí, al presentar en sociedad las “travesuras” de Alterio y las estrecheces de la 3, fue donde Ana y Leah comenzaron a dar la cara. Esa cara A y cara B del disco, del single, que tanto, hasta rayarlo, venero yo. Entonces y ahora.

¿Nos vamos a ir con una de Buñuel à la Belle de Jour? No. Ana, la más argentina de las 2, la enigmática, flirteaba con las sombras pero se agarraba a la purrela de diplomas enmarcados que poblaban las paredes de su despacho oficial. Leah, nocturna, con su magnetismo gatuno y sus caderas bamboleantes, asertiva, respiraba profundo e iba a por el substrato con una denodada y fácil intuición.

He de ser franco y decir que la armonía entre las dos no se parecía en nada al bochinche cacofónico de otros que yo conozco… Si bien, todo sea dicho, A y 3 guardaron una respetuosa distancia durante nuestra luna de miel, esa que en el fondo de sus adentros, ellos apodaron como “la mía”. Gracias, muy amables.

Yo, que adoro tanto el respeto, me sentí por una vez muy honrado, presto a brindarles unos honores y mis mejores bendiciones se centraron en ellos. Si me ofrecen respeto, yo me quito hasta el sombrero. Cuando lo suyo es zaherir, dejo de jugar, me cago en las reglas y rompo la pelota.

Mirando bien de cerca la relación con Analía, ignoro quién, en el binomio dualista y odiseico, lleva a cabo el papel de Escila y quién va de Caribdis entre ellas dos.

Al abandonar el archipiélago helénico en una nube cochambrosa de gasoil, y otros óxidos flotantes, dentro de un paquebote que los lobos de mar llamaban Εξοδος, se imponía olvidar el ensueño y mantener a flote la quimera que dormitó durante siglos entre Eurípides y Platón.

Analía y yo, con la flor del estío en un jarrón, rompimos una lanza por la normalidad y, forzados a elegir entre lo tuyo o lo mío, de todo corazón y de por vida, optamos por lo nuestro. Gran amor.

¿Seguiría ella con su psiquiatría de libro y yo con mi edición casera de bolsillo? Mientras los niños no asomaran su cabeza más allá del claustro materno, los años venideros se anunciaban como un paseo militar sin la locura de la cabra y sin la fanfarronería de la legión.

Ella en su consulta con sus cuerdos y yo en nuestra casa con mis locos. A menudo me pregunto si en esa frase que acabo de escribir no debería de cambiarse cuerdos por lerdos y locos por coloridos… doloridos, gente normal, como usted y como yo.

¿Casarse con una psiquiatra, carecerá de código, o agudizará el sentido común que, como decía aquel, sigue siendo el menos común de los sentidos?… Los años venideros concederán o quitarán razón.

La semana que viene, sin falta, les hablo de fútbol… o Podemos hablar del gobierno, eso que conlleva tantos o más peloteos, penaltis y fueras de juego.

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