Mi Alter ego y Yo somos 3 – Toma 14

Analía, para navegar entre las aguas profundas de la psiquiatría, tiene su as de oros bien puesto y mantiene la osadía de jugársela –aunque salgan bastos– asumiendo que cualquier boca rana se puede llevar de calle los once puntos amarillos del huevo frito. ¿Aún con sus defensas bien plantadas, no se preguntan ustedes conmigo si ha lugar a que continúe, durante el embarazo, lidiando con el torrente de casos tan peliagudo que le llega a su consulta a diario? La tía es un orón, un solete que le levanta la moral a cualquiera, pero ya tiene 40 tacos y yo no sé (ni yo ni mis alter egos hemos estado nunca embarazados –aunque a la 3 bien que le hubiese gustado; sí, ya)… pero encima llevar dos no es lo mismo que uno. ¿Qué puedo decirles? Que el Dios de los judíos la bendiga y le pague su valentía con dos hijos cabales y un marido en su sano juicio.

Al mirar la foto de boda con esos pelos, me sonrojo. Algún alguien, desafortunado, me comió el coco con lo de afeitarse la barba y quedarse con un bigote escaso y tontorrontón. ¿Ese mequetrefe de bigotito perfilado a lo Errol Flynn era yo? A él, como pirata bueno, se le podía perdonar, pero a mí…

Muy agarrado a la teta de la Biblia, pensé en sugerirle a la madre de mis corderos lo de Caín y Abel. ¿Cómo codificaría la psiquiatría hoy día el sempiterno concepto del bien y la crudeza aterradora del mal? Como la quiero bien y conozco gran parte de sus recovecos, olfateé lo que la futura madre barruntaba. Su cuita giraba en torno a la consideración de quién es quién para determinar dónde empieza el bien y acaba el mal.

Analía, lo sé, consultó bien por la mañana con su Ana y por la noche con su Leah. Con cara de abuela medio sabia, prescindió de la losa del judaísmo, flirteó con Rómulo y Remo… en resumidas cuentas, se quedó en Italia, en el Renacimiento y sugirió Rafael y Leonardo. Vale. Yo por mi parte, me quedé sin saber dónde meter a Miguel Ángel… y a todos los demás, que fueron pléyade de talentos inconmesurables. ¿Sería posible? No obstante, asentí y, en plan zorreras, me callé y me di mús.

Los médicos navegaron clamorosamente por los arrecifes de coral de nuestros nervios durante unos días que se nos hicieron siglos. ¿Oculto detrás del binomio frontal se percibía el latido de un tercer corazón?… ¡¿Me estará tomando el pelo la caja de sorpresas, o de herramientas, que lleva debajo del brazo la madre ciencia?! ¡Madre mía, pero qué es esto!

Paciente y entregado a los designios de la fuerza o fuerzas superiores, me dejé hacer. Sólo era cuestión de unos cuantos meses más. Si los mellizos eran 3, bienvenidos serían… y qué coño, si las tres eran chicas, también. Con tanto o más gusto. Mientras de ahí no saliesen tres osos polares, con pata de palo y parche en el ojo, íbamos bien.

Los meses fueron transcurriendo con la conocida calma-chicha que tapona los miedos convirtiendo la marejada en una cobra saltarina de fondo, una de esas que a la mínima puede brincar y dejarte un regalito en la yugular.

Ya veremos si los del contubernio florentino se salen con la suya o si, por el contrario, hay que llevar el esquife hacia los aguerridos mares de la feminidad.

Sin la menor intención de hacer la gracia o dorar la píldora, le propuse a mi querida esposa, si fuese menester, tirar hacia, Ana, Hava, y Nagila. Niños, niñas, que demonios, no nos queda más pelotas que decir, que sea lo que Dios quiera. ¡Albricias!

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