Mi Alter ego y Yo somos 3 – Toma 15

Durante los primeros cinco años que fraguaron nuestra relación amorosa –un tanto kafkiana y medio bipolar– viví bajo una porosa y pavorosa convicción: Ana a mí, de querer-querer, me quería poco. Otra cosa era como admiradora. Como la típica y fervorosa fan beatleiana, ella elevaba a las alturas mis cuadros y mis escritos, y a mí me metía de paquete en el saco y me bebía los vientos alisios, aunque en el fondo uno fuese de rondón. Con el paso del tiempo, comencé a sospechar que lo que le interesaba en última instancia era mi caso clínico. Mentira. Como de costumbre, me equivoqué de medio a medio. Lo que más le molaba era yo, mi simple y denudado yo. Por el contrario, de Alterio y de la 3 pasaba olímpicamente; que ya es pasar.

Los menorot tan celebrados por el Louvre y compañía, los mantenía en la unidad de Héritage como su libro favorito encima de su mesilla de noche. No en el cajón. Del mastodonte que editó MinEdition France (saludos a Michael Neuberger, Didier Theiras et cie), la avezada psiquiatra resaltaba que ahí había pintura por un tubo… de Winsor & Newton. Historia-historias y apuntes de biografías poéticas a granel, pero para mi querida esposa lo más importante y digno de ser reseñado era el constante y sorprendente guiño a Adonai. –Querido, te la comiste ¡mazel tov!. Ahí, Alterio y la 3 andaban jodidos y sin otra marcha a la que agarrarse. Ellos no jugaban. Analía los había puesto a dilucidar sus penas en el banquillo. El único que refrendaba esa ofrenda parapsicóloga-religiosa-pictórica, era yo. Yo, yo. El original. Ese que no admite copias ni sanguijuelas oportunistas chupando del bote. Me, myself and I.

Desde ahí, salpicadas entre alcachofas murcianas y pistos manchegos, mis promiscuas habilidades con la pluma (por más que Alterio diga lo contrario) fueron ganando sitio, ocupando un lugar de honor en el corazón de la bonaerense. De por vida y a tumba abierta. Ahí estamos.

La celebración de la unión en Santorini merece punto y aparte. Ya volveré a ello porque sé que el tema trillizo anda por ahí en el disparadero de sus nobles expectativas.

Nosotros, ninguno de los dos quisimos saber el sexo de las tres criaturas. Yo por desdeñar la mano de la ciencia que en ciertos temas debería haberse quedado manca. Y Ana… porque en el fondo, como buena seguidora del Boca, es bastante supersticiosa. De Boca, psiquiatra y supersticiosa… “La cagamos”, Maradona; aunque ya estés muerto.

Total, “por una cabeza”, como cantaba el Gardel de Burdeos, los dos tríos que iban mejor emplazados en la recta-rectísima final eran, Ana, Hava y Nagila por el lado corto y femenino de la cuerda. Fijos en el exterior, Rafael, Leo y Buonarroti no cejaban. La foto finish tendría la palabra.

Ana gritó menos que en la final contra Francia y yo –como en aquellos penaltis– preferí no mirar. Mais le cœur de la France, malheureusement, n’était pas dans le coup. Dommage. Pas en forme. Didier Deschamps parlait de la grippe chez-nous.

Rafael y Leonardo salieron en perfecto estado. Regios, solemnes y llenos de vida. Miguel Ángel –no quiero entrar en detalles que Uds. pueden imaginar perfectamente– se nos fue como un soplo sin viento que no pudo alcanzar la cumbre del Everest.

Juro que en mi vida me había sentido más desolado, más yerto, más yermo de palabras… tan atónito y disperso como escribió el maestro, “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero”.

Ana, raro en ella, lloró todo lo que quiso y más. Mordiéndose los labios hasta hacerse sangre, no logró articular palabra.

Las enfermeras que trabajaban allá en O’Donnell, antes de llegar a Doctor Esquerdo, ponían el énfasis en la vitalidad rebosante que caracterizaba a esos dos genios de lujo. El escultor se quedó atrás, cautivado por el prístino mármol que no pudo salir del silencio sepulcral adscrito, sordo y mudo, a las tan familiares tierras de Carrara. R.I.P. Buonarroti.

“En la profundidad de tal pena, la lengua se mueve en vano; el lenguaje de nuestra memoria y nuestros sentidos carece de un vocabulario propio para tal dolor”. En el cielo o en el infierno, honor y gloria eterna para Dante Alighieri.

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