Mi Alter ego y Yo somos 3 – Toma 4

Estaba claro, venían a por mí. Alterio y la estricnina de la 3, al unísono, me querían partir la cara.

A & 3: –Métete el teatro por… Si fuese cine, todavía; así tendríamos opción a sacar la cara y ganar el Oscar.

Tratándome de idiota, juraron que no me volverían a hablar. Ojalá.

Yo: –Si lo que queréis es matarme, tomad el cuchillo por el mango, cabrones. En mis venas no queda ni gota de sangre. Ya me la habéis chupado toda vosotros. Pero esta obra de teatro –que es una joya– juro por mis muertos, os la vais a tragar de pe a pa.

Contra viento y marea, superé los obstáculos que, a golpe de codazo del Alterio más las mil zancadillas de la 3, de milagro no me hicieron caer de bruces hasta ahogarme en el lodo turbio de mi propio vómito.

Adelante. Siempre adelante. Un paso atrás no sirve ni para coger impulso. Vamos, Nadal. A por el próximo Roland Garros.

El texto, cincelado para el teatro esta vez, se encontraba dispuesto a hacer frente al teúrgico juicio salomónico que dicta siempre la cortina de público que deja traslucir la telúrica cuarta pared. Dale. No te despistes. Tú al tajo.

“El sinuoso sino del destino” es una pieza que pergeñé hace siglos, al final de mis doce años de penuria en Hollywood escribiendo guiones para la llamada Industria, que dirían los Spielbergs.

Ahora, en los 2020s, “El destino…” sigue su curso, llevándome esta vez al formato teatral de dos actos con un brevísimo descanso entre telones. El estrambote teatral y teatrero, de postre.

Lejos de la fanfarria cinematográfica, manipulada y proyectada hacia el vacío de la caja de zapatos, “El destino” transcurre en un dilapidado vagón de tren aparcado en vía muerta. Dentro, una locuaz mujer rabino de mediana edad; un obispo gordo y mayorón consumido por una tos volcánica; un imán enjuto y parco en palabras… Para coronar el cuarteto de Alejandría, un joven budista viajero, vegano y abrumadoramente hippy.

Tras observarse con recelo el uno al otro, los cuatro reparan en que nada acontece a su alrededor. ¿Tren en vía muerta?… ¿Muertos ellos? Sí. Muertos y en desesperante espera de destino.

Imbuidos por una pétrea calma chicha, la más comunicativa del cuarteto abre la oxidada lata de sardinas y, rotunda, filosofa:

R: La existencia es una concatenación de pentagramas enfrentados, a contrapunto.

O: El contrapunto (del latín punctus contra punctum, «nota contra nota») es la técnica de composición musical que evalúa la relación existente entre dos o más voces independientes –la polifonía que somos la humanidad– con la finalidad de obtener cierto equilibrio armónico. Los intentos para aunar el totum revolutum de nada han servido a la hora de armonizar las voces y honrar la gran partitura déica en la que no se han trazado distingos.

La propuesta armónica del Obispo se da de bofetadas con la inoportuna cacofonía ofrecida por su disruptiva tos.

El Imán de pelo hirsuto cierra los ojos y refugia su sólido silencio en las profundas aguas de su Corán. De memoria, lee. Surah 4:163

I: “Creemos en Allah y en lo que se nos ha revelado, en lo que fue revelado a Abraham, Ismael, Isaac, Jacob y a las doce Tribus, y en lo que Moisés, Jesús y los Profetas han recibido de su Señor. No hacemos distinción entre ninguno de ellos y nos sometemos a Él”.

El hippy argentino entra al trapo como gaucho por la Pampa:

B: Esto es una noria descangallada, un dislate sin principio ni fin, un campo de batalla desnivelado, un hijo directo de la experimentación más desaforada… Un laboratorio con tocatas y fugas.

¿‘Es-lo’?…

¿Por usar la herencia de mis padres para montar una descabellada obra teatral y darles voz a cuatro personajes en busca de autoría más que de autor acabaré yo como una cabra montesa, acompañándoles dentro del vagón, en la misma vía muerta que ellos, Señor Pirandello?

La semana que viene, lo sabremos… y, cómo no, ‘hablaremos del gobierno’… y eso si que tiene… tela.

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