Mi Alter ego y Yo somos 3 – Toma 9

Con algo de vergüenza, propia y ajena, les confirmo que conmigo mismo, a solas, jamás me he llevado bien. Desde que tuve uso de razón –o de sin razón– me tuve a tiro y disentí de mis propias batallas interiores. Si bien, cuando tomé consciencia de la existencia sulfúrica de Alterio, literalmente, se redobló el número de demonios. ¿Familiares?

Años más tarde, con “la invasión de la ladilla” que supuso la sinuosa aparición de la 3, el balance que entre Alter y Yo conseguimos lograr con el óxido perenne de la convivencia, se fue drásticamente al garete. Donde comen y hozan dos, no gozan 3.

No es por nada, pero como Uds. son tan amables y me quieren tanto, les pediría que se pusiesen de pie y me proporcionasen una ovación unánime. Contra todo pronóstico, lo logré. Sí. La desechable colilla apagada que supuestamente soy, ha logrado deshacerse de la todopoderosa 3… y con más gloria que pena, he de añadir.

Un publicista del Marketing, relleno de mentiras y de medios, pujó lo suyo y se hizo con los ojitos de la caprichines. El tipo prometió escucharla, teclarla y ser el felpudo de todos sus caprichos. Ella, la jefa de servicio, encantada. Centro de atención… ella y ella sola.

Yo de trapillo y A de smoking anarquizante, asistimos a la boda. Serios, aunque aguantándonos las risas ante tanto boato y tonto despilfarro, nos negamos como un solo hombre a ofrecernos como testigos. No obstante, como los canapés eran de los selectos, a cuatro mofletes pegamos la gorra. La 3, muy circunspecta ella, pregonaba que su dieta perduraría hasta bien entrada la luna de miel. No fuera a ser que…

La 3 y el publicista morronguero se llegaron hasta París. Si je vous dis la vérité, Paris… temps pourri. Así que, como el Alterio andaba, bueno, navegaba acalorado, como siempre, por la Côte d’Azur con unos colegas suyos que presumían de ser las élites de Gramsci –aunque eran más republicanos que mi querido Jack Lang (el ministro de Educación y Cultura que en la tierra de Obélix adornó con sus prefacios las coloridas hojas de mis libros de arte)– total, al grano, yo, a mi aire, aproveché la coyuntura y me perdí en la soledad ansiada de mis pensamientos particulares y muy exclusivos, esos que por sistema laceraban tanto el locatis del A como la serpiente de la 3.

Serpeando hasta perderme por el ensortijado marasmo de Le Marais, me topé a mi querida 3 mascullando sus penas como una hiena cojitranca. Nos dimos literalmente de bruces en rue Mahler. –¿Y el publicista?

Ante semejante inocente pregunta, la 3 se me desmadejó. Para calmarla y tratar de hallar una cierta neutralidad medianamente coherente en todo este desvarío de fou à lier, la invité a un helado justo en la esquina del Métro Saint Paul.

Disponer de una salida fácil en la retaguardia te puede hacer ganar cualquier batalla. Y si se trata de alguna escaramuza en la que ande envuelta la 3, se ha de convertir uno en un estratega napoleónico a tiempo, antes de que la ambición desmesurada de la menina nos haga a todos morder el polvo en Waterloo como corsarios corsos cualquiera.

Entre lágrimas negras y pucheros doloridos, me lo espetó: El publicista le demandaba un hijo, el primero, ya, en cuestión de 9 meses. Punto. ¿Un hijo en 9 meses?… Eso sí que no. Cualquier otra cosa… se intentaría; pero eso sí que no.

En la ducha, al mirarse hacia abajo, la 3 no podía impedir verse un orondo par de cataplines, los míos. Así que… ¿se me insinuaría y me propondría que de un tajo…? ¡Hostias! En do mayor.

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